La Francmasonería moderna es fruto del siglo de las Luces, resultado final de la transformación, a partir de 1645, de un viejo gremio en una asociación para el encuentro y la reflexión.
La masonería reivindica los principios basicos de la concordia universal, en palabras de Andrew Michael Ramsay:
“Los hombres no se distinguen esencialmente por las diferentes lenguas que hablan, los vestidos que llevan, los países que habitan ni por las dignidades con que han sido revestidos. El mundo entero no es sino una gran República… Nuestra sociedad (la masonería) fue fundada para hacer revivir y extender estas máximas esenciales, tomadas de la naturaleza del hombre”.
La historia de la masoneria, es una sucesión de los compromisos de sus miembros con vistas a dar cuerpo a estos valores. Actualmente, los trabajos de los Masones inciden especialmente en la forma de hacer que se vivan estos principios humanistas en un mundo en plena mutación, que busca nuevos puntos de referencia.
El lenguaje simbólico de los ritos tiende a lo universal y permite reunirse dejando fuera las contingencias de la vida cotidiana y más allá de las habituales divisiones entre las personas. La fraternidad masónica, cuyo crisol es la Logia, debe ser un lugar de cuestionamiento y debate entre hombres de buena voluntad, cualesquiera que sean sus creencias. Desde esta perspectiva, confrontar nuestras diferencias para comprender lo que nos une es una de las claves de la iniciación. La dimensión iniciática es la herramienta esencial que permite al masón encontrar sentido a su existencia e insertar este sentido en el de una humanidad que camina hacia la emancipación. Los ritos masónicos son vividos como herramientas de acceso al conocimiento.
En el siglo XIX, el Gran Oriente de Francia dio un paso más al proponer la iniciación masónica a todos los hombres que respeten la “ley moral”, como dicen las Constituciones de Anderson (1723). Queriendo ser, de esta manera, fielmente “centro de unión entre personas que, sin ella, continuarían siendo perpetuamente extrañas”, el Gran Oriente abolió, en 1877, la obligación de que sus miembros crean en la existencia de Dios y en la inmortalidad del alma.
Así nació la Francmasonería adogmática, que acoge a creyentes y no creyentes y permitiendo, a sus miembros, absoluta libertad de conciencia y de búsqueda.
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