Pocas veces escribo reflexiones de corte personal o mas bien, de mi ámbito personal, dado que la opinión siempre es personal. Me refiero a que pocas veces escribo sobre cosas próximas que me ocurren a mi.
He pasado cerca de un lugar al que por mi anterior trabajo visitaba frecuentemente y me he decidido a entrar a saludar a antiguos compañeros, algunos que en su día puteé por cosas de trabajo y algunos que ayude por cosas de trabajo. Afortunadamente me han recibido bastante bien.
Después de los consabidos: “como vas”, “que es de tu vida”, “me entere de esto o de lo otro”, “que suerte que no te tocara” e incluso de aguantar la murga de “ahora no pegas chapa”, nos hemos ido a comer, tarde, pero nos hemos ido a comer.
No voy a relatar la conversación que ha sido un recorrido clásico sobre novedades, que si huelgas que si líos, que si condiciones, que si tal que si pascual. Todo esto viene para contar que estaba comiendo acompañado en un restaurante.
Al restaurante ha llegado un señor, setenta y varios u ochenta y pocos años, delgado, impecablemente vestido con un traje marrón, zapatos italianos de punta cuadrada, calcetines a juego, chaleco y un maravilloso sombrero borsalino de color crema a juego con la corbata con cinta marrón a juego con el chaleco.
El señor, solo ha hablado para pedir la comida y una vez en el plato para pedirnos la aceitera:
-Perdón por la interrupción, caballeros, si no les incomoda ¿Puedo cogerles su aceitera?.
-Si, claro, tome señor. (se escuchó entremezcladamente)
Sin sentarse en su mesa, se aliña la ensalada y vuelve a decir.
-Lamento incomodarles de nuevo ¿Quieren la aceitera? ¿o prefieren que se quede en mi mesa?, hay mas sitio.
-Como quiera, vale, no se preocupe (entremezcladamente de nuevo)
Después de comer y antes del café, salimos al consabido cigarrillo y allí estaba el señor del borsalino. Y mientras fumábamos, pasa un grupo de muchachos, de apariencia y expresiones que los identificaban claramente como nacionales de otro país.
-¿Tienes un cigarro abuelo?, haciendo el gesto de dos dedos en la boca.
El señor lloró, los ojos se le pusieron vidriosos y uno de mis contertulios le pregunto que le pasaba.
-La vida, no queda ni la dignidad de que los jóvenes sean respetuosos.
-***** (lease un epíteto plural refiriendose a una persona de otro país), de mierda, dijo otro fumador.
He pasado cerca de un lugar al que por mi anterior trabajo visitaba frecuentemente y me he decidido a entrar a saludar a antiguos compañeros, algunos que en su día puteé por cosas de trabajo y algunos que ayude por cosas de trabajo. Afortunadamente me han recibido bastante bien.
Después de los consabidos: “como vas”, “que es de tu vida”, “me entere de esto o de lo otro”, “que suerte que no te tocara” e incluso de aguantar la murga de “ahora no pegas chapa”, nos hemos ido a comer, tarde, pero nos hemos ido a comer.
No voy a relatar la conversación que ha sido un recorrido clásico sobre novedades, que si huelgas que si líos, que si condiciones, que si tal que si pascual. Todo esto viene para contar que estaba comiendo acompañado en un restaurante.
Al restaurante ha llegado un señor, setenta y varios u ochenta y pocos años, delgado, impecablemente vestido con un traje marrón, zapatos italianos de punta cuadrada, calcetines a juego, chaleco y un maravilloso sombrero borsalino de color crema a juego con la corbata con cinta marrón a juego con el chaleco.
El señor, solo ha hablado para pedir la comida y una vez en el plato para pedirnos la aceitera:
-Perdón por la interrupción, caballeros, si no les incomoda ¿Puedo cogerles su aceitera?.
-Si, claro, tome señor. (se escuchó entremezcladamente)
Sin sentarse en su mesa, se aliña la ensalada y vuelve a decir.
-Lamento incomodarles de nuevo ¿Quieren la aceitera? ¿o prefieren que se quede en mi mesa?, hay mas sitio.
-Como quiera, vale, no se preocupe (entremezcladamente de nuevo)
Después de comer y antes del café, salimos al consabido cigarrillo y allí estaba el señor del borsalino. Y mientras fumábamos, pasa un grupo de muchachos, de apariencia y expresiones que los identificaban claramente como nacionales de otro país.
-¿Tienes un cigarro abuelo?, haciendo el gesto de dos dedos en la boca.
El señor lloró, los ojos se le pusieron vidriosos y uno de mis contertulios le pregunto que le pasaba.
-La vida, no queda ni la dignidad de que los jóvenes sean respetuosos.
-***** (lease un epíteto plural refiriendose a una persona de otro país), de mierda, dijo otro fumador.
Y el señor del Borsalino, después de una calada, dice:
-No es nacionalidad, es simplemente educación.
-No es nacionalidad, es simplemente educación.
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